25-04-2024
De la turistificación a la turistrofización: cuando el turismo no se gobierna
Jose Mansilla | @antroperplejoCuando en un territorio nada se puede entender sin tener en cuenta al turismo, su consecuencia sería la consolidación de dinámicas que podríamos caracterizar como de turistrofización, es decir donde la vida no turística ha desaparecido o está a punto de desaparecer si no se establecen las medidas adecuadas.
Crédito Fotografía: Barrio de Gracia, Barcelona. Imagen de Carla Izcara.
Hace no muchos años, en una investigación publicada en formato Informe, el geógrafo Agustín Cocola-Gant (2016) ya advertía de las profundas transformaciones que se estaban llevando a cabo en el barri Gòtic de Barcelona. Para Cocola-Gant, el desarrollo turístico descontrolado de la zona, que por entonces suponía contar con una cama turística por cada vecino empadronado, generaba hasta cuatro tipos de desplazamientos diferentes: el desplazamiento directo, cuando las viviendas y edificios eran convertidos en hoteles o apartamentos turísticos, de forma que, o bien por finalización del contrato o bien por mobbing, las personas que hasta ese momento la ocupaban no podían continuar haciéndolo; el desplazamiento por exclusión, menos visible pero igualmente importante, cuando, por falta de parque de vivienda asequible y accesible, un área aparecería como vetada para la instalación y acogida de nuevos vecinos; el desplazamiento por ruido y la convivencia, cuando los comportamientos, los objetivos y las actitudes de los turistas hacen imposible la vida social previa en una área determinada y, finalmente, el desplazamiento colectivo, cuando debido a las circunstancias previamente señaladas sólo es posible la proliferación de nuevos hoteles y apartamentos de forma que se produce una especialización y espacialización productiva. El Informe de Cocola-Gant se centra, expresamente, en los servicios destinados al acomodo y alojamiento de los turistas, no entrando en otras consideraciones, pero es fácil inducir cuáles serían los efectos posteriores a las dinámicas de desplazamiento descritas una vez éstas se han asentado en un territorio.
La desaparición y sustitución de vecinos tradicionales que utilizan la vivienda bajo condiciones de valor de uso, es decir, para poder desarrollar una vida ordinaria, tareas de reproducción social, desarrollo de su intimidad, etc., por otros de tipo temporal y de extremo valor de cambio (Marx, 2021) lleva asociado, al menos, dos procesos de iguales características. El primero de ellos sería la transformación del paisaje comercial. La desaparición de las necesidades de la cotidianeidad de los vecinos/valor de uso conlleva la desaparición de aquellos comercios que suplen la demanda de todo tipo de enseres y servicios que estos necesitan: supermercados, tiendas de conveniencia, ropa, bares y restaurantes para trabajadores, papelerías, etc., los cuales son sustituidos por otro tipo de negocios destinados particularmente a los turistas e impulsados por el empresariado, los cuales operarían la vivienda para la maximización de las plusvalías. Es así que aparecerían tiendas 12/24 horas, comercios de suvenires, de alquiler de patinetes, bicicletas u otros sistemas de transporte individual (VMP), heladerías distintivas, cafeterías, bares especializados y otros tantos servicios y bienes específicos para este tipo de público.
El segundo de los procesos estaría relacionado con el uso del espacio público urbano. Bajo condiciones previas, las calles y plazas de la ciudad desempeñarían una compleja e inseparable labor vinculada al desplazamiento peatonal, la socialización primaria y secundaria, la economía, la reproducción social y otros tantos mecanismos que abundarían en aquello que el historiador y antropólogo Karl Polanyi denominara incrustramiento -embebbed-, es decir, la indesligable separación de las diferentes esferas que suponen la vida social. La mercantilización del espacio público llevaría a la primacía de una de esas esferas, la económica, que gestionada de forma mercantilizada e individualista acaba por desplazar y eliminar la compleja vida social previa existente. Es así que asistimos a la proliferación de terrazas de bares y restaurantes, pero también a la masificación de su uso circulatorio, al aparcamiento y tránsito de bicicletas y otros VMP, a la formación de coágulos de turistas que asisten a las interesantes explicaciones de los guías, a la presencia de vendedores y atrapa-clientes en las puertas de los restaurantes, etc. Toda una panoplia de actividades que desactivan cualquier atisbo de valor de uso del espacio.
La suma de todos estos factores, y seguro que alguno más, añadido al cierto efecto bola de nieve, detectado por Agustín Cocola-Gant, solo puede dar como resultado final a un cambio total en el carácter propio del lugar. Asistiríamos, así, a un proceso que he venido a llamar, en otro sitio (Mansilla, 2016), turistrofización, estableciendo un paralelismo con el concepto de eutrofización usado en las ciencias biológicas. Estaríamos ante una turistrofización cuando la proliferación desmedida de la actividad turística genera unos efectos tales que supone una amenaza para la existencia del resto de actividades y grupos sociales del entorno espacial, sea este urbano o rural. El concepto es una traslación del término eutrofización, el cual define la situación que se da cuando existe una elevada contaminación, por aporte elevado de nutrientes inorgánicos, de lagos y embalses; esto conlleva una proliferación descontrolada de organismos, un descenso del nivel de oxígeno disuelto y, finalmente, la pérdida de la calidad del agua y la aparición de toxinas.
De este modo, de no controlar los procesos de turistificación en curso, esto es, cuando no se pueden entender las dinámicas sociales de un territorio sin tener en cuenta al turismo, su consecuencia sería la consolidación de dinámicas que podríamos caracterizar como de turistrofización, donde la vida no turística ha desaparecido o está a punto de desaparecer si no se establecen las medidas adecuadas, políticas públicas de diferentes niveles administrativos, para que esto no suceda. Lo interesante, pues, sería la detección de las primeras fricciones del primero de los procesos para que la situación no acabe siendo ingestionable, ya en el segundo.
La universidad y los académicos deberían mantener una responsabilidad con la aplicabilidad de su trabajo, sobre todo cuando hablamos de ciencias sociales. La tanta veces denostada torre de marfil que suponen los departamentos universitarios debería abrir sus puertas para que entre el aire y, a la vez, salgan las ideas; expresiones que permitan a las administraciones, pero también y especialmente, a los movimientos sociales, partidos políticos, sindicatos y demás actores, articular propuestas alternativas, además de servir a la ciudadanía, en general, para construir hegemonía (Gramsci, 2017), sobre la realidad social en la que viven. Es así, señalando la turistrofización de la ciudad, como elemento gráfico, metafórico, de lo que la falta de gobierno sobre el turismo puede ocasionar, es que quizás podamos comenzar a dar los pasos oportunos para revertir el proceso.
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