09-07-2013
Un paso atrás para hacer dos adelante o como salvar el progreso
Raül Valls | Alba Sud / CSTEl futuro por el que luchamos, un socialismo en paz con el planeta e igualitario, no puede concebirse como una Arcadia feliz de abundancia y despilfarro, sino como una sociedad basada en la vida colectiva, la austeridad, la proximidad y la lentitud.
Crédito Fotografía: Cooperativa La Esperanza, Argentina. Fotografía de Descartable (bajo licencia creative commons).
La sociedad socialista por la que luchamos, no será ningún paraíso, en ella seguirá habiendo dolor y sufrimiento, reiremos pero también seguiremos llorando por amor. No estarán ausentes las envidias y las mezquindades. No, no será un paraíso, pero será un lugar radicalmente más humano que el actual. Quizás el odio, tan presente hoy, remitirá. Cuando de seres humanos se trata no existe el paraíso, pero sí la pulsión moral de querer cambiar el orden injusto de las cosas y la visión utópica de futuros mejores. Desde Espartaco, el hilo rojo de la historia ha ido tejiendo mundos posibles de emancipación humana y por una vida digna.
Pero el futuro que nos espera en un mundo que tenga como objetivo la paz con el planeta y la igualdad entre las personas no será una Arcadia feliz de abundancia y despilfarro, sino una sociedad basada en la vida colectiva, la austeridad, la proximidad y la lentitud. Después del peak oil [1] vamos hacia una sociedad que deberá funcionar con un cuarto, o incluso menos, de la energía disponible actualmente. Los excesos de hoy no serán posibles. Por tanto se trata de que éstos no sean necesarios ni tampoco moralmente deseables, y es por ello que debemos construir una nueva ética de la suficiencia [2] que se haga hegemónica en una nueva mayoría social.
Las ciudades y los pueblos no se podrán extender indefinidamente llevados por procesos urbanísticos especulativos que devoran el territorio. Habrá que volver a modelos de vida que promuevan las ciudades y pueblos compactos y complejos, donde las actividades económicas que hemos segregado y alejado, gracias a un petróleo abundante y barato, vuelvan a convivir en base a la proximidad y el ahorro energético en el transporte [3]. La movilidad con vehículo privado deberán reducirse drásticamente, así como el número de coches. El coche eléctrico será una alternativa una vez hayamos asumido que es imposible mantener el modelo actual de crecimiento de movimientos, vehículos y nuevas carreteras [4]. El consumo alimentario deberá estar atado a una producción de proximidad. La salvajada de comer sandías chilenas en la fría Europa en el mes de enero deberá quedar para el recuerdo de una época de derroche irracional. El consumo de carne deberá limitarse, porque las tierras de cultivo deberán dedicarse preferentemente a producir para las personas y no por el ganado. Los viajes transoceánicos para turismo en una playa paradisíaca y en el ressort de turno, que una pequeña pero sustancial parte de la humanidad ha realizado hasta este momento, desaparecerán. Las condiciones de la movilidad y el coste energético condicionarán los movimientos. El turismo, que seguirá existiendo, deberá basarse en la proximidad. Los valores cuantitativos (cuántos kilómetros recorro para llegar a mi destino) será sustituido por los cualitativos (qué me aporta y en qué me enriquece un viaje quizás a poca distancia) [5]. Una vida feliz será una vida socialmente plena, alejada de las mediaciones hipertecnológicas que nos propone el individualismo egoísta y propietario del neoliberalismo [6]. Las relaciones, humanas, sentimentales, sexuales, volverán a tomar un papel fundamental derrotando el aislamiento cada vez más obsesivo y enfermizo que nos propone el status quo actual (la publicidad de viviendas o de unas vacaciones "tranquilas" insisten a menudo en la idea perversa de que "usted no verá a sus vecinos"). Asistiremos a cambios importantes en el trabajo humano. Se impondrá un retorno a un trabajo más intensivo, ya que la mecanización actual es fruto de un energía abundante que ya no tendremos. Los sectores productivos deberán girar en torno a las necesidades más inmediatas y reales de las personas: alimento, vivienda, salud, educación, cultura. El derroche en necesidades que no lo son tendrán que desaparecer. El cuidado de la naturaleza deberá abandonar la idea del espacio protegido y cerrado para transitar hacia una visión integral del territorio y de un funcionamiento saludable de sus ecosistemas. La planificación territorial deberá garantizar que este funcionamiento natural queda garantizado: ríos, corredores ecológicos, zonas boscosas, espacios cultivados, biodiversidad, etc. como elemento fundamental de la supervivencia humana [7].
Un elemento que no podemos dejar de tener en cuenta en este futuro de socialismo en paz con el planeta es el de la propiedad y el modelo económico. El capitalismo debe ser abolido hasta sus cimientos más profundos. El capitalismo es un sistema basado en la expansión contínua, en la competencia a ultranza entre individuos y la acumulación de capital y poder en pocas manos. Un sistema que propone un modelo de progreso simplista, basado solo en el "crecimiento económico" como indicador estrella. Este sistema es del todo incompatible con la continuidad de una vida humana digna y feliz en nuestro planeta. Hoy el capitalismo causa dolor y muerte en muchas partes de la humanidad. Cuando los recursos se vayan agotando este padecimiento se extenderá a la gran mayoría. Ni siquiera aquellos que hoy viven una vida de insultante lujo y derroche podrán escapar [8]. Por tanto es necesario construir una forma de vida colectivista.
La épica experiencia, fracasada, del socialismo estatalista del siglo XX, nos debe servir de guía para iniciar, ahora esperamos que con más éxito, esta nueva fase de la historia humana. La escasez de recursos nos lleva hacia un modelo social igualitario y colectivista basado en individuos solidarios que cooperan para mantener una vida digna y feliz sobre un planeta saludable. Proponemos dar un paso atrás para hacer después dos adelante... pero en una nueva dirección. Salvar el progreso, de eso se trata. Pero para ello hay ahora "interrumpir" la lógica suicida de un modelo de desarrollo que sólo funciona manteniendo una loca carrera de consumo desaforado de recursos y territorio como forma natural de funcionar. A ello ha sido reducido el discurso "alternativo" de la socialdemocracia ante la crisis actual: exigir un retorno al camino del progreso entendido como multiplicación de las actividades económicas y de su crecimiento con el único objetivo de preservar un sistema, que se ha visto claramente irracional y destructivo. El retorno a aquella situación de paroxismo productivista, no sólo no es posible, tampoco es deseable. La imagen benjaminiana de la revolución: detener el tren que ha tomado tal velocidad que amenaza al descarrilar hoy toma todo su auténtico sentido.
Muchas dudas e incógnitas se vislumbran en este camino. Hace falta un sujeto social y político fuerte que tire de la sociedad hacia esta nueva situación. Nos enfrentamos a una inercia social que no será fácil de detener. Serán necesarios formas de participación potente y una nueva radicalidad democrática. Pero los peligros de un discurso neofascista que asumiendo que los recursos son limitados, los quiera monopolizar para unos pocos, condenando a gran parte de la humanidad a la destrucción, no es ninguna locura. El nazismo ya habló de los "lebensraum" (el espacio vital) del pueblo alemán. Con esta idea se procedió al exterminio de millones de eslavos para facilitar nuevos territorios para una minoría a la que se atribuía una pretendida superioridad "racial". Ante este peligro hay que conectar con el mejor del pensamiento ilustrado y racionalista. Rehacer el discurso de la Ilustración, renunciando al dominio autoritario sobre la naturaleza, y buscar con ella un camino de paz y colaboración que permita la supervivencia de la humanidad y una vida digna en un planeta habitable.
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