26-09-2009
Cuidando el clima (de negocios): Abandonar el Sur más empobrecido, olvidar Montreal
Joan Buades | Alba SudSegundo artículo de la serie COPENHAGUE, CUENTA ATRÁS, sobre el debate previo a la celebración de la Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático que tendrá lugar del 7 al 18 de diciembre de 2009 en Copenhague.
Superando los temores recientes suscitados por la coincidencia de una recesión económica profunda y la lluvia de informes sobre la agudización y aceleración de los efectos del cambio climático, los líderes mundiales han aprovechado los últimos meses para vender optimismo de cara a la crucial cita de Copenhague. El propio presidente Obama, en un discurso inquietante por el vacío de su contenido, ha delimitado aquello que es posible conseguir (un acuerdo de palabras bienintencionadas y largas hasta el 2050 a los cambios urgentes) y donde son las líneas rojas (el tratado no puede fijar ningún objetivo relevante de reducción de emisiones antes del 2020, no tiene por qué ser vinculante y no tiene nada que ver con la cuestión de cómo respetar los derechos del Sur, comenzando por los alimenticios).
Hay muchos nervios, si bien de naturaleza suficientemente diferente. Por ejemplo, la industria turística (la primera economía sectorial del planeta) y la del transporte (que ostenta el récord de incremento de las emisiones letales para el clima) no duermen ante el miedo que en Copenhague se decida imponer una ecotasa que también las afecte. Una idea para nada alocada, por cierto. La sección alemana del WWF acaba de demostrar que el coste en carbono del viaje de un turista centroeuropeo a México es descomunal (7,2 de CO2 en un paquete de siete días), especialmente por el peso del transporte aéreo exonerado del tratado de Kioto. Un simple viaje de Fráncfort a Mallorca genera tanto CO2 como un coche que circule todo el año. Desde una entidad financiera fuera de toda sospecha, el Deutsche Bank, se acaba de hacer público un informe espeluznante sobre el hambre al mundo, llamando la atención sobre la dificultad de alimentar 9.000 millones de personas (+2.500 millones con respeto al 2005) en un contexto de creciente vulnerabilidad ambiental y climática. Al fin y al cabo, hay angustia ante el riesgo que buena parte del Sur, lo que no es ni China o India sobre todo, a la vista del colapso agrícola y climático, decida emigrar al Norte en las próximas décadas generando caos e inestabilidad en el corazón del sistema industrial. En el 2009 hemos llegado a 1.100 millones de personas con hambre (especialmente a la África subsahariana y a la Asia del sur). Un tercer temor lo constituye cuanto costará la “mitigación” del cambio climático y quién lo financiará. El prestigioso International Institute for Environment and Development de Londres critica los cálculos oficiales del IPCC (el Panel Internacional sobre el Cambio Climático de la ONU), que evaluaba en un máximo de 170 miliardos de dólares anuales (el coste de organizar tres Juegos Olímpicos), porque ignora sectores llave como la minería, la energía, el turismo o los sostenimiento de los ecosistemas. Según el IIED, el coste sería de dos a tres veces más caro y el impacto sería mucho desigualmente perjudicial en amplias áreas del Sur. Visto desde el Pacífico, Centroamérica y El Caribe o África, con emisiones por cápita muy por debajo del promedio, las transnacionales y el Norte tendrían que ser los únicos financiadores si quieren evitar el abismo.
En medio de estos interrogantes colosales, los líderes mundiales y muchas industrias multiplican los gestos de compromiso voluntario con el clima (el del sector aeronáutico es el más espectacular e ilusorio) así como las promesas de ayudas (siempre sin cuantificar) al Sur más empobrecido del Planeta. Se les ve el plumero. Porque la pregunta clave es: ¿por qué no es posible que en Copenhague se firme un tratado para proteger el clima siguiendo el modelo del único tratado ambiental mundial que ha funcionado en realidad, el Protocolo de Montreal que llevó a la desaparición rápida de los CFCs? Tal vez porque el de Montreal era un acuerdo vinculante para empresas y gobiernos, con plazos de abandono completo y definitivo de la fabricación de ingenios industriales lesivos para el escudo de ozono de la Tierra? Ni el aire que respiraremos en los próximos años ni la inmensa mayoría de la humanidad, que vive en el Sur, merecen la atención de la climatocracia que domina el camino a Copenhague y que tiene, como única meta, mejorar el clima... para hacer negocios. La prioridad, pues, debe ser exigir desde todos los rincones del planeta un cambio de prioridades en favor del clima y la mejora de las condiciones de subsistencia de la mayoría de la humanidad. La convocatoria global ciudadana del próximo 24 de octubre debe ser un éxito. Sólo así habrá espacio para un optimismo real en Copenhague.
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