03-12-2009
Memoria histórica y turismo comunitario
Ileana Gómez | Fundación PRISMALa recuperación de la memoria histórica ha sido uno de los principales aportes del turismo comunitario al desarrollo rural en El Salvador. Reproducimos a continuación una reflexión al respecto de Ileana Gómez, investigadora salvadoreña de Fundación PRISMA
Muchos lugares del mundo rural de El Salvador son testigos de una historia que todavía palpita en la memoria de sus habitantes, pues en ellos se marcaron cambios significativos en el estilo de vida de las poblaciones campesinas del país.
De ello hablan lugares como el museo de la revolución de Perquín, donde pasillos tapizados con fotos de campesinos y combatientes no permiten que olvidemos la dolorosa ruta que finalmente llevó a los Acuerdos de Paz; en sus paredes encontramos imágenes de hombres y las mujeres que lucharon durante esos años, muchos de los cuales no pudieron ver la culminación del conflicto. En Meanguera, el monumento a las víctimas de El Mozote y el Jardín de los Niños nos da a conocer los nombres, apellidos y edades de las víctimas para que no permanezcan invisibilizados; en La Montañona podemos conocer los tatús, el hospitalito y el escondite de la Radio Farabundo Martí y comprender como la guerra también fomentó la creatividad popular; los murales pintados en diversas iglesias de Chalatenango, Morazán, Cinquera y otros pueblos mantienen viva la imagen de los héroes y heroínas populares, sus líderes religiosos y comunitarios.
Poco después de los Acuerdos de Paz, El Salvador experimentó un proceso de revitalización cultural, que dio lugar a mayores oportunidades para las expresiones populares, florecieron los museos, festivales y la música popular, las rutas y peregrinaciones vinculadas a la historia de la guerra, fue una manera de romper el silencio y la censura impuesta durante años.
Estas actividades y lugares conforman símbolos de una identidad defendida con ahínco por sus pobladores, como se demostró hace un mes cuando el párroco de Cinquera tuvo la nada atinada idea de intentar derribar la iglesia, testigo de los impactos de la guerra y del proceso de reasentamiento. La población se tomó la iglesia como una forma de defender su patrimonio, hasta lograr que la Secretaría de Cultura revirtiera el aval de demoler la antigua y deteriorada construcción de adobe. Finalmente dicha Secretaría se comprometió a respetar el edificio como referente de patrimonio cultural por su valor intangible y simbólico para la comunidad
Actualmente varios de estos espacios rurales se han convertido en destinos turísticos, atrayendo a un tipo de turismo interesando en conocer la historia más reciente del país, como el turismo nostálgico de los salvadoreños en exterior, el turismo académico y el turismo solidario. La conversión de estos lugares en sitios turísticos ha sido conducida por los actores locales que hasta ahora lo han hecho con sumo respeto, se trata de una modalidad de turismo conocida como turismo rural comunitario, que se distingue porque el manejo de la actividad turística está en manos de las comunidades y también los beneficios que con ello obtienen, una alternativa nada despreciable si se considera el aislamiento territorial de estas zonas y las difíciles condiciones de producción del sector agrícola.
En nuestro país también constituye una forma de fortalecer la identidad de las comunidades rurales, de romper con el silencio, vencer el sufrimiento y desechar el miedo frente a un pasado doloroso. Muchas sociedades no han sido capaces de hacer esto, en España, por ejemplo, hablar de las víctimas de la guerra civil aun se vive como un tabú difícil de superar para las generaciones mayores, mientras que para los jóvenes es un episodio bastante desconocido.
En El Salvador las comunidades rurales como las de Morazán, Cinquera, Chalatenango y Bajo Lempa, entre otras, han tenido una actitud valiente y propositiva, están mostrando libremente su historia al mundo por medio del turismo comunitario que hasta hoy ha sido la vía para mantener una acción responsable y respetuosa de un pasado que aun se transpira y se transmite a las nuevas generaciones.
Como sitios turísticos, estos lugares son representativos de la belleza escénica de la zona rural, lo que favorece la conservación de valiosos recursos naturales como bosques, ríos, pozas y lagunas. Los bosques de Cinquera, La Montañona, El Manazano, las montañas de Morazán y el Río Sapo son recursos protegidos por sus habitantes, valorados tanto por su aporte ambiental como por su contenido histórico. Los habitantes de Cinquera han declarado públicamente en muchas ocasiones que decidieron proteger el bosque porque durante los enfrentamientos armados el bosque los protegió a ellos, este sentimiento es una forma de reestablecer un vínculo con la naturaleza que nuestras sociedades ya han olvidado. Como el bosque de Cinquera, otros espacios rurales han quedado amarrados a la identidad de muchas comunidades adquiriendo una singularidad que hace de El Salvador un sitio único en Centroamérica donde la memoria esta viva entre ríos y montañas.
Sin duda el turismo rural comunitario puede potenciar considerablemente el mundo rural tan olvidado de El Salvador. Territorialmente tiene la potencialidad de vincular la gestión local del turismo con la gestión cultural y la conservación ambiental, fortaleciendo el protagonismo de los actores locales. Al nivel económico es fuente de ingresos complementarios para los pobladores, especialmente para mujeres y jóvenes que encuentran actividades en las cuales desarrollar nuevos roles productivos como el trabajo de guías turísticos, el servicio de alimentación, hospedaje y administración de pequeñas empresas.
Pero en general los emprendimientos de turismo rural comunitario tienen que enfrentar difíciles condiciones para mantenerse, no es un sector prioritario para la política de turismo, las experiencias existentes se han desarrollado gracias a fondos de la cooperación y la solidaridad internacional sin que hasta el momento cuenten con apoyo sistemático de la institucionalidad del Estado. Las experiencias que se articulan fuertemente con la recreación de la memoria histórica no han sido prioritarias para las políticas de protección y fomento del patrimonio tangible e intangible del país, a pesar que este tipo de actividades nos recuerda que la historia más reciente nos pertenece, y que han sido las comunidades rurales las encargadas de valorar estos hechos reivindicando su rol en la construcción de procesos de cambio.
Merece ponerle atención a las potencialidades del turismo rural comunitario y con ello empezar a controlar los impactos negativos que siempre están presentes en la actividad turística, porque las expresiones culturales pueden fácilmente empaquetarse como un atractivo superficial reorientado al imaginario de los turistas, banalizando la historia, las tradiciones e identidades locales en detrimento de sus habitantes.
Publicado en Contrapunto, San Salvador, 2 de diciembre de 2009.
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